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martes, 10 de mayo de 2016

70 AÑOS DE SU FALLECIMIENTO: P. BENITO ANZOLÍN, EL CONSTRUCTOR DE LA BASÍLICA

El 10 de mayo de 1946, a los 48 años de edad, fallecía en Buenos Aires el padre Benito Anzolín fdp, generoso constructor de la Basílica de Itatí.


Toda obra pequeña o grande nace de una idea. La calidad de la idea depende en gran parte de la personalidad de quien la produce.

Tal vez los itateños y los miles de peregrinos, al llegar a la gran Basílica, orgullo de Corrientes, se pregunta alguna vez quién tuvo la idea de construirla. Una obra tan grande tuvo que haber nacido de una mente preclara y excepcional. 

En efecto, aún ante la población del departamento de Itatí, especialmente en las zonas rurales, a veces, surgen comentarios, que son recuerdos, o recuerdos de recuerdos, sobre la bondad y enérgica actividad del padre Benito Anzolín, quién fuera párroco de Itatí desde el 30 de septiembre de 1937 hasta el 10 de mayo de 1946, fecha en que lo sorprendió la muerte. 

El padre Benito, sacerdote de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, fue quien concibió la idea de construir la Basílica, haciendo suya la recomendación del mismo San Luis Orione. 

El Santo fundador, estando en Itatí, a fines de junio de 1937, al poco tiempo de hacerse cargo de la parroquia, encarga a sus religiosos encaren la construcción de un santuario “digno de la Virgen y con signos de romanidad”. 

Por entonces, el flamante obispo de Corrientes, monseñor Francisco Vicentín, también anhelaba el mismo objetivo. A su pedido un salesiano, sacerdote y arquitecto, el padre Vespignani, le había presentado un proyecto. Esto ocurría cuando ya el padre Benito Anzolín estaba al frente de la parroquia. Cuando el obispo le da a conocer el proyecto, no vacila en expresarle que “esto es muy chico, Don Orione quiere algo digno de la Virgen y con signos de romanidad’. Acuerdan pues esperar la propuesta que elaborará el padre Benito. 

De inmediato, el párroco, ardiente de fe y amor a la Virgen se aboca a la tarea. Obtiene el concurso del arquitecto Felipe Bergamini y del ingeniero Pedro Azzano, con quienes no tardan en completar el proyecto y maqueta de la grandiosa Basílica. 

Cuando el obispo Vicentín ve por primera vez la maqueta, no pudo dejar de apretarse la cabeza con las dos manos, y preguntarse: “¿quién va hacer eso?”. 

El padre Benito, comprendiendo que era el momento crucial, le dijo al obispo: “sólo necesito su premiso y bendición”. En su corazón sentía la seguridad de quien se confía totalmente en la providencia de Dios. El obispo le otorgó el permiso y su bendición. El padre Anzolín comenzó a quemar sus días y noches para construir el santuario “digno de la Virgen y con signos de romanidad”, como Don Orione lo había pedido. 

Por entonces, contaba con poco menos de cuarenta años. Desplegó una intensa actividad, dedicándose no sólo a la construcción de la Basílica, sino también al pastoreo de sus feligreses, a la mayoría de los cuales conocía y trataba personalmente. 

Desbordante de celo apostólico, fundó las capillas de San José en Ensenada Grande (San Cosme), y Santa Ana en Yacarey y San Joaquín en Guayú, departamento de Itatí. 

Este ejemplar sacerdote había nacido en Padua, Italia, el 24 de octubre de 1898, siendo recibido por el mismo San Luis Orione como postulante al sacerdocio. Se ordenó en 1928 y el 16 de agosto de 1929 llegaba a la Argentina como misionero de la Obra Don Orione. 

Pasó por Victoria, Tres Algarrobos y Mar del Plata, en la provincia de Buenos Aires, antes de llegar a Itatí. 

La fe y amor ardiente que sentía por la Madre de Dios, lo llevó a ofrecerle su vida en aras de la construcción de la Basílica. El 16 de julio de 1938 se colocó la piedra fundamental. Dios en su providencia, inescrutable, aceptó tan heroica ofrenda. 

El 26 de febrero de 1946, se hallaba de visita en Itatí el obispo Francisco Vicentín. Se había colocado la imagen de la Virgen de siete metros y medio que corona la gran cúpula. 

Ese día el padre Benito sufrió su primer infarto, recibiendo el sacramento de la Extremaunción del mismo obispo. Luego, éste dispuso su traslado a la ciudad de Corrientes, donde fue atendido en el hospital hasta el 29 de marzo, fecha en que se lo trasladó en avión sanitario a Buenos Aires, y se lo internó en el Hospital Italiano. 

El 10 de mayo de 1946, a los 48 años de edad, poco antes del mediodía, rico en virtudes evangélicas y cargado de méritos y buenas obras, entregó piadosamente su alma al Señor. 

Una religiosa de la Congregación de la Virgen Niña y el hermano Domínguez, de la Obra Don Orione, lo asistieron en sus últimos momentos, y le oyeron decir en voz baja: “Por la Congregación, por los pecadores, por los que me hay ayudado”. 

La increíble construcción del Santuario de Itatí “digno de la Virgen y con signos de romanidad”, estaba a solo cuatro años de ser inaugurado. Su grandiosa idea nacida de la Fe en la Divina Providencia, de su amor ilimitado a la Santísima Virgen, y sostenida en una personalidad firme y bondadosa, ya era realidad, sólo en ocho años de su permanencia en Itatí. 

Muchos itateños lo recuerdan subiendo y bajando de la terraza, repetidas veces en el día, acompañando a los peregrinos, para entusiasmarlos en la obra. Fue su idea plasmar los nombres de los contribuyentes, sin importar el monto, en mármoles que aún puede verse en la terraza. Esos contactos personales le servían para penetrar en las almas de feligreses y peregrinos, a quienes terminaba conduciéndolos con dulzura a la reconciliación y al sacramento de la Eucaristía. 

El padre Benito Anzolín, digno hijo de Don Orione, marcó su impronta de rector de la Basílica y pastor fiel de su parroquia. De él escribió el Superior de la congregación, Don Zanocchi, en 1946: “…había vivido ofreciéndose continuamente por motivos apostólicos, había sufrido todos los gravísimos e intensos dolores de su larga enfermedad, sin una queja; antes, con una alegría y una serenidad que sorprendían a cuantos lo visitaban y, con esa misma serenidad y alegría admirables y, pocas veces vistas en moribundos, cumplió su extremo sacrificio, ofreciéndose víctima de apostolado…” 

Desde el cielo, el padre Benito Anzolín seguirá orando por todos los que lo ayudaron, y continúan ayudando para mantener y mejorar el Santuario de la Virgen. 

Sus restos descansan en el cementerio del Cottolengo de Claypole. 

Itatí aún no ha reflexionado sobre el deber de gratitud que tiene para con este sacerdote, que en su permanente andar misionero fue una imagen viva de Jesús Buen Pastor, pero el tiempo es sólo una circunstancia. Los corazones itateños si se sienten impulsados por el mismo ardor que movió al padre Anzolín, pueden generar grandes ideas y concretarlas con Fe, Esperanza y Caridad, bajo la mirada bondadosa y maternal de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí.






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